domingo, 13 de mayo de 2018

Sin música, la vida no sería la misma. Ensayo literario



Si hay algo en este mundo que nunca dejaré; o una obligación que no podré cumplir, ésa será con la música. Por eso me tomaré el tiempo para dedicarle unas palabras a ese arte que, por muy distante de las pautas psicológicas pudiera sonar, me resulta una exigencia en toda regla para seguir viviendo. Sin ella, la existencia sería puro cuento.

Definirlo es difícil.

La música es la prolongación de la vida que no vives, tiene el maravilloso poder de hacerte pretender ser quien no eres. La música es a los recuerdos lo que la ilusión a la vida. Hablar de música, para quien la ama sobre todas las cosas, es algo necesario; es más, no me cabe duda de que las personas que acuden a conversaciones sobre ella, me son del todo adictivas. Sin importar géneros, favoritismos o cualquier otra consideración al respecto, amar la música te hace cómplice de aquellos que la sienten y sufren igual; es como si compartiésemos un enorme mismo corazón, por supuesto, con todas las diferencias y colores propios de la escucha de cada cual. No cabe duda de que la música es el idioma universal de las emociones. La música concreta sensaciones que ni el propio raciocinio humano alcanza a representar con un mínimo de destreza. Es, en definitiva, lo más hermoso que puede pasarnos.
Para sus leales amantes, la única forma efectiva de escuchar y de sentir la música es hacerlo como un propósito en sí mismo, nunca como complemento de otra actividad; además, la música más especial se guarda para escucharla en soledad siempre. En ese grupo social innumerable que la requiere casi constantemente, existe una conexión tal que nos hace palpables a distancia, desplegando puentes que unen distancias inimaginables.
Para los que así la entendemos, no basta la expresión de que la música es la banda sonora de nuestras vidas; al contrario: nuestra existencia es la banda sonora de ella. Vivir sin música es la mayor aversión humana que alguien pueda realizar, es morir con más convencimiento. Transcurrir día a día, aceptar penas, la incomprensión que nos rodea. Pareciera como si no estuviera en nuestro poder el sentir algo tan especial por ella, como si, realmente, debiéramos sentirnos elegidos por el hecho de que sea la música la que nos ame a nosotros, nos adorne y, en definitiva, nos prefiera. Nos sentimos usados por ella y nos gusta. Resulta asombroso que, con todos los giros e imprevistos que pasamos, sea esencialmente su apoyo el que nos siga entendiendo. Atiende atentamente mientras viaja en nuestros oídos siendo, pocas veces, la respuesta a todas las preguntas.

La música es lo más parecido a la magia que ha hecho el ser humano. Nunca llega temprano o tarde, siempre llega en el momento justo. En ciertos momentos, la música hace por nosotros aquello que los demás ni conocen, ni pueden. A través de la nostalgia y de la melancolía, encuentra una de sus líneas de escape preferida: revivir cualquier tipo de sensación desaparecida a través de la música. Seguros a su amparo, es el único refugio que, en ocasiones, puede ser compartido: recuerdo cuando no hacía falta nada más que otro par de pupilas a mi lado mirando el techo, sin hablar,  mientras su sonido lo llenaba todo.


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