domingo, 28 de octubre de 2018

Inocente

-¡Inocente!
El veredicto, diagnóstico oficial de aquella enfermedad que había padecido los últimos dos años había sido concluyente. Evidentemente -y valiera la redundancia-, “la ausencia total de elementos o testimonios que sirvieran de evidencia” debiera ser lo suficientemente absolutivo para que Víctor Ciper, luego de poco más dos años de prisión como principal acusado del presunto homicidio de su esposa Jana, pudiera ser puesto en libertad.
Libertad. Bonita palabra. Pero Víctor ya había conocido el significado de esa palabra en esos veintisiete meses. Durante años había considerado que la libertad era un atributo natural del ser humano, pero ahora no podía estar tan seguro.

Podrían haberle tatuado la palabra Inocente en su frente, colocarla con luces de neón o la puerta de su casa y recibir la aparición pública de Jesucristo anunciando que era un buen hombre, sin que nada de ello cambiara su suerte.
¿Había servido para los que consideraba sus seres queridos la falta de motivos para matar a la única mujer que lo había amado? ¿Se habían molestado en recordar quien era él y si era capaz o no de matar a alguien? ¿Cómo es que nadie había defendido su honor, su inocencia o por lo menos le había dado el beneficio de la duda?
¿Alguno de ellos posteriormente había recordado la cantidad de veces que habían golpeado a su puerta para pedirle prestado dinero, oídos, o consejos?
Los verdaderos juicios son los sociales para quienes no tienen culpa, y allí es cuando los verdugos ejercen su oficio, aunque sin la máscara que los caracterizara en la antigüedad. Los primeros en apartarse de su lado fueron los padres de Jana y su hermana Sonia. Definitivamente, se negaban a verlo o hablar con él por teléfono. Esta última, al menos, le había dejado un mensaje que pretendía ser conciliador con la posturas de sus progenitores, de declararlo culpable hasta que se demostrara lo contrario y la suya propia, de querer comprobar su falta de responsabilidad en lo sucedido. El mensaje de ella fue: “hablaremos luego del juicio”.
Su puesto laboral duró mucho menos. Un escueto telegrama lo desvinculaba de la empresa en la que desde hacía quince años ejercía como analista de sistemas.
Había gastado sus ahorros en pagar a ese imbécil del primer abogado, que había puesto demasiado empeño en evitar sus llamadas y ni siquiera había facilitado la fianza que lo dejara prepararse para el proceso fuera de la prisión. Debió cambiar por otro, más joven, y que ejercía de oficio, pero que tuvo más habilidad o, al menos, ganas y esfuerzo de luchar por su caso. “Prometo devolverle su vida”, aseguró.
Su vida ya estaba arruinada ese jueves que fue declarado inocente.
Todos lo conocían. Los medios y redes sociales habían hecho un circo de la muerte de su esposa y él había sido el payaso que necesitaban. Los periodistas y comentadores seriales lograron llenar horas y páginas completas a sus expensas. ¿Un veredicto cambia el juicio de los seres humanos a un semejante? Al contrario: refuerza sus convicciones.
El auge del internet le permitió ver la imagen generalizada de su persona:
Ya no era el asesino, sino el que se había burlado del sistema. Era un peligro para la sociedad. Incluso, hasta se advertía a otras mujeres del terrible femicida que había resultado ser. Los más callados, suelen ser los más peligrosos, así no lo parezcan, expresaban como una verdad irrefutable.
A nadie le importaba hojear un párrafo del expediente, o al menos considerar que podrían haberse equivocado.
Su primer fin de semana fuera de prisión lo encontró ocupado. Primero visitó a su ex jefe, aquel que lo había despedido. Lo encontró en el estacionamiento de su casa, bajando del auto desprevenido. El hombre apenas pudo ver el cuchillo atravesando su cuello de manera longitudinal y con la precisión y fuerza de quién ha practicado demasiado para ese momento. La siguiente parada fue en la casa de quién fuera otrora mejor amigo. Uno de tantos que dejara de comunicarse con él, y precisamente al que más necesitó. Lo encontró en su cama durmiendo, totalmente ebrio. Jamás despertaría. Su cráneo había quedado aplastado por una maza de su propia caja de herramientas. Cerca de la medianoche del domingo, la policía pudo encontrar la casa de sus ex suegros envuelta en llamas, con los cuerpos de los dos ancianos y la única hija viva que les quedaba atados a una silla y al propio asesino entregándose pacíficamente a los patrulleros.
Los oficiales se sorprendieron de oír el relato del crimen, durante el cual Víctor les explicó que fue la última vez que trató de dejar en claro que su difunta esposa había tomado por su cuenta la decisión de arrojarse al vacío desde el quinto piso, tras años de luchar contra la depresión y empeorando notablemente el último mes de vida.
En total, Víctor Ciper, quien supo ser un hombre inocente en prisión asesinó a seis personas en menos de cuarenta y ocho horas. La víctima que mes esperaba tal retribución fue su último abogado a quien atropelló con su auto cuando abandonó su domicilio. “Jamás me devolvió mi vida”, fue su justificación.
Se declaró culpable de todos los cargos y aún carga con la condena de una reclusión perpetua, de la que es difícil que alguna vez se libre. Es notable el perfil distinto que cobra un asesino serial en la sociedad con respecto a un presunto femicida. Desde el primer día en prisión no necesitó de hacerse un nombre para ganarse el respeto del resto de los reclusos. Los medios que durante años se ensañaron con su persona ofrecían fortunas a cambio de una nota exclusiva de quien llaman “el hombre al que no dejaron ser inocente”.
Y los fans… han ascendido en su número en los últimos años. Además de los que piden su liberación, han sido muchas las mujeres que se han ofrecido a sus brazos, fascinados por la historia del justiciero que sólo quería que creyeran en él. Por supuesto, sigue habiendo gente que defenestra su figura, pero no tiene tanto espacio en los medios ni redes. Hoy Víctor se siente más en paz consigo mismo y acepta las opiniones tanto de los que lo llaman asesino, y los que lo llaman víctima.
Ahora sí se siente en casa, con una vida por delante.
En libertad.

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