domingo, 25 de noviembre de 2018

Portal de la mente

En 1983, un equipo de científicos sumamente piadosos condujo un experimento radical en una instalación no determinada. Los científicos habían teorizado que un humano sin acceso a ninguno de sus sentidos o manera de percibir estímulos sería capaz de advertir la presencia de Dios. Creían que los cinco sentidos obstruían nuestra conciencia de lo eterno, y, sin ellos, un humano podría establecer contacto con Dios por medio del pensamiento. Un anciano que manifestó <<no tener nada por lo que vivir>> sirvió como único sujeto de prueba. Para depurarlo de todos sus sentidos, los científicos llevaron a cabo una compleja operación en donde cada nervio sensitivo conectado al cerebro fue seccionado quirúrgicamente. Aunque el sujeto mantuvo intacta su función motora, no podía ver, oír, degustar, oler o sentir. Con ninguna manera posible de comunicarse con el mundo exterior fue dejado a solas con sus pensamientos. 

Los científicos lo monitorearon mientras hablaba en voz alta acerca de su turbio estado mental; frases incoherentes que ni siquiera podía oír. Luego de cuatro días, el sujeto declaró estar oyendo voces ininteligibles en su cabeza. Asumiendo que eran los inicios de una psicosis, los científicos prestaron poca atención a los inquietudes del hombre.

Dos días más tarde, el sujeto dijo poder escuchar a su difunta esposa, y, más aun, aseguró poder dialogar con ella. Los científicos estaban intrigados, pero no estuvieron hasta que el sujeto comenzó a darles nombres de sus parientes difuntos. Repitió información personal de ellos que solo sus cónyuges y padres podían conocer. Para ese punto, una porción considerable de los científicos abandonaron el estudio.

Tras una semana de conversar con los fallecidos a través de su mente, el sujeto se puso ansioso, diciendo que las voces eran abrumadoras. En cada segundo que permanecía consciente su mente era bombardeada por cientos de voces que se rehusaban a abandonarlo. Se arrojó contra la pared repetidamente, intentando provocar una respuesta de dolor. Le rogó a los científicos por sedantes para que pudiera escapar de las voces al dormir. Esta táctica funcionó por tres días, hasta que empezó a tener pesadillas desagradables. Insistía con que podía ver y escuchar a los fallecidos en sus sueños.

Un día después, el sujeto comenzó a gritar y a desgarrar sus ojos no funcionales, esperando poder sentir algo del mundo físico. Ya histérico, clamaba que las voces de los muertos se habían vuelto insoportables, hablándole del Infierno y el fin del mundo. A partir de ahí, gritó por cinco horas consecutivas <<No hay un Cielo, no hay perdón>>. Pidió ser asesinado, pero los científicos estaban convencidos de que faltaba poco para que estableciera contacto con Dios.

Luego de otro día, el sujeto ya no podía formular oraciones coherentes. Aparentemente enloquecido, comenzó a triturar la carne de su brazo a mordiscos. Los científicos intervinieron, atándolo a una mesa para que no pudiera atentar contra su vida. Tras dos horas de estar atado, el sujeto cesó su riña. Fijó su mirada en el techo mientras se escurrían lágrimas silenciosas por su rostro. Durante dos semanas, tuvo que ser rehidratado manualmente debido a su llanto constante. Al final, giró su cabeza y, a pesar de su ceguera, hizo contacto visual con uno de los científicos por primera vez.

Murmuró <<He hablado con Dios, y nos ha abandonado>>, y sus signos vitales se detuvieron. 

No se determinó la causa de muerte. 

domingo, 11 de noviembre de 2018

La ventana

Me encontraba en mi alcoba haciendo las típicas actividades habituales de un adolescente: quedarme despierto hasta tarde, enterrarme en las profundidades del internet, y simplemente no desviar mi atención de nada que no aconteciera en el monitor. Llegó la madrugada, cerca de las dos de la mañana, y todos en mi casa estaban dormidos. El cuarto se sentía cómodo y cálido pese a ser pleno invierno, pues habíamos reemplazado las ventanas la semana pasada. El calor se había estado colando desde la planta baja de la casa, y por mi habitación en particular, debido a unas ventanas antiguas que no podían mantener la temperatura gélida afuera.

Cuando intentaba conciliar el sueño, oí un ruido que provino desde mi ventana, en el lado opuesto de mi habitación atenuada. No era el sonido de un insecto chocando contra ella ni de un arbusto acariciándola. No, era un ruido inusual, grave, algo que no estaba acostumbrado a oír. No pensé mucho sobre ello al comienzo, quizá porque creí genuinamente que no era nada o quizá porque no quería descubrir lo que era; no lo sé, pero me quedé acostado y solo escuché.

Era distintivamente rítmico. Pum, pum, pum, pum. Apenas duró alrededor de quince segundos y luego se detuvo. Temblé, pero me sacudí la sensación al navegar un momento en las redes sociales, esquivando la vista de mi ventana. Dejé el celular en la mesa a mi lado y caí en un sueño intranquilo aunque sin novedades.

Esta mañana, luego de que el sol se alzara desde hace unas horas, y mientras todo aquello que usualmente golpetea mi ventana durante la noche estaban haciendo lo que se supone que hiciera, caminé hacia la ventana y pasé unos minutos tratando de replicar el sonido que había escuchado. Hice sonar mis dedos contra la ventana, le pegué con algunos objetos suaves e incluso le quité y le puse el seguro; pero, por más que hice, no supe rastrear lo que produjo el sonido. Es más, nada de lo que hice se acercó. Asumí que el evento tuvo que haber sido azaroso, y el día fue ordinario hasta esa noche.

Mi papá llegó a casa del trabajo a la hora de siempre y pensó que la casa estaba muy caliente, así que entró a mi cuarto y fue a abrir la ventana. Olvidó quitarle el seguro antes de abrirla, y cuando tomó las manijas y las giró, produjo el mismo sonido que escuché la noche anterior.

Las únicas manijas de la ventana están dentro de mi habitación. 

domingo, 4 de noviembre de 2018

La oscuridad de tres dias


Sucedió a las 3:42 p.m. El mundo descendió hacia una oscuridad súbita y absoluta.
Resultó en caos. En nuestra oficina pequeña del décimo piso, nos reunimos entre la negrura ominosa esperando la luz. Había una televisión en la sala de descanso y alguien halló el control remoto. Usando la memoria de nuestros dedos, nos la arreglamos para cambiarlo al canal de noticias.

Por un largo tiempo, solo hubo silencio. Entonces, a través de la oscuridad aparentemente infinita, surgió una voz. Una locutora, buscando su escritorio valientemente y tratando de reconfortar a sus televidentes, nos habló con su voz suave y temblorosa. Ellos tampoco tenían idea de qué estaba sucediendo, pero indicaron que debíamos conservar la calma, y permanecer juntos en medio de los reportes de individuos desapareciendo en la oscuridad, alejándose de sus amigos y familia, perdiéndose o topándose con el peligro.

Pasamos los siguientes tres días en la oficina localizando nuestras posesiones en la oscuridad y logrando comer y dormir con comodidad relativa, a pesar de la sensación de que estábamos congelados en algún tipo de universo alterno.

Entonces, exactamente 72 horas después de que la oscuridad llegó, el manto se alzó. Nuestros ojos ardieron por la luz súbita, pero nos adaptamos dentro de poco y concordamos en que deberíamos dirigirnos al piso de abajo, como grupo, e ir afuera.
Mientras descendíamos por las escaleras, nos recibió un olor. Nauseabundo. Supe inmediatamente lo que era y, reticente, giré por la última intersección de la escalera pensando que quizá alguien se había caído y había muerto por sus heridas. Estaba equivocado.

Creo que solía ser una mujer, pero no puedo estar seguro. Había sido desollada y eviscerada, pero no sé en qué orden. Cada centímetro de su piel estaba ausente, pero sus ojos y dientes permanecían, convirtiendo su cadáver en un monstruo contemplativo y sonriente.
No fui el único que vomitó. Necesitando escapar de ese panorama, irrumpimos hacia el vestíbulo por la entrada principal, y nos congelamos. Cuerpos sin piel estaban esparcidos a lo largo del pequeño vestíbulo, 

Eran casi quince, según el cálculo con el pequeño vistazo que les dimos. No teníamos la intención de quedarnos por mucho tiempo; sin embargo, descubrimos que las puertas del vestíbulo estaban aseguradas y no podíamos quebrar el vidrio.

Alguien –no recuerdo bien—tuvo la idea de dirigirnos al cuarto de seguridad y ver si podíamos pedir ayuda por la radio. Seleccionando cuidadosamente nuestro trayecto por los cadáveres con estómagos revueltos, hallamos el cuarto de seguridad abierto y a su guardia desollado. Luego de un acuerdo mutuo, retiramos el cuerpo y nos encerramos.

Mientras que uno de nosotros trataba de establecer contacto, los demás comenzamos a ver las grabaciones de seguridad del vestíbulo de los últimos tres días. No pudimos creer lo que vimos.
No estuvo oscuro en lo absoluto: nos habíamos quedado ciegos. Y mientras estábamos ciegos, ellos habían llegado.

Sombras negras humeantes y fibrosas; sin rostro, solo ojos. Ojos extraños y resplandecientes.
Estaban desollando a las personas y vistiendo sus pieles como disfraces.
Sintonizamos la grabación de seguridad de nuestro piso, y observamos horrorizados cómo caminaban entre nosotros sin escoger a nadie. Hasta ese día, no sé por qué lo hicieron. En cierta medida, se habían reunido para observarnos, pero partieron dentro de poco y causaron estragos en la oficina del piso de arriba.

Fuimos rescatados días más tarde. No obstante, el mundo descendió a la insania en el transcurso de las semanas siguientes. Todos sabían acerca de los desollamientos, acerca de los impostores; pero nadie sabía quién era real y quién no, hasta que fue muy tarde. Sin confianza, los humanos no pueden sobrevivir lado a lado.

Permanecí con dos de mis colegas, quienes sabían que no cambiaron. Reunimos equipo para acampar y tomamos la decisión de movilizarnos hasta el área afuera de la ciudad para mantenernos alejados de la sociedad, ahora que se estaba tornando más y más volátil.
Lo teníamos todo planeado, y atesorábamos grandes expectativas sobre la recuperación de la humanidad.
Entonces nos despertamos una mañana y estábamos ciegos de nuevo.
Tres días más tarde, la luz regresó, y  me encontraba con mis dos amigos… y un cadáver.


Portal de la mente

En 1983, un equipo de científicos sumamente piadosos condujo un experimento radical en una instalación no determinada. Los científicos había...